Los ataques del lobo:
En general, los animales prefieren atacar sin exponerse.
Desde atrás, por sorpresa y en un instante, el lobo nos morderá en la parte inferior del muslo.
Al volvernos, saltará e intentará clavar sus colmillos en nuestro cuello.
Nosotros probablemente hayamos interpuesto un brazo y el animal hará presa en el.
Resistiremos las repetidas sacudidas que intentaran hacernos caer. Si en ese momento sentimos el ataque de otro animal, estamos perdidos. Si solo nos enfrentamos a un ejemplar, debemos luchar hasta el agotamiento.
Con el brazo sangrando abundantemente, los tendones desgarrados y tal vez algún hueso roto, intentaremos abrazar el cuello del animal bajo nuestra axila, inmovilizándolo. Con la otra mano lo golpearemos en el morro hasta partírselo o clavaremos nuestros dedos en sus ojos arrancándoselos.
El ataque directo a estos órganos le hará soltar su presa. Después, jadeantes y frente a frente, esperaremos a que el animal ataque nuevamente.
En los ataques verificados sobre niños, el animal aparece siempre por detrás y rápidamente intenta derribar a la víctima.
Una vez en el suelo, la morderá en el cuello o en los costados e intentará producir un gran desgarro. La víctima, horrorizada, será arrastrada rápidamente sin oponer resistencia.
Unos metros más allá, en lo más espeso, el animal le dará muerte para luego comenzar a devorarla.
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