En medio de unos páramos cubiertos de monte de encina y quejigo, los valles se abren en forma de estrella irregular con cabeceras en donde manan varias fuentes de agua potable.
Esa zona tiene una variada cobertura vegetal: buenas tierras de cultivo, cauces cubiertos de carrizos, juncales, persicaria y lenteja de agua y unas laderas con una vegetación bastante rica y espesa.
En la zona hay interesantes restos de construcciones, chozos pastoriles, algunos caseríos ahora abandonados, las ruinas de un convento al pie de la antigua calzada romana y también alguna cueva en lo alto, bajo las peñas, en la que es posible hallar restos.
Una tarde de verano, recorría el perímetro de una gran finca de caza. La alambrada, reciente, subía irregular por una ladera cubierta de encinas, aulagas, algunas sabinas y pinos albares.
La vegetación se espesaba cada vez mas según ascendía por la escarpada ladera y el avance se volvía lento y trabajoso. Al superar un saliente de piedras, cerca de la parte alta, entre las ramas secas de unos pinos, oí un gran crujido.
Entre la hojarasca y las ramas rotas, escuché un fuerte gruñido y vi a mi lado el costado de un gran jabalí.
Alerta, saque la navaja y me coloque al pie de unos árboles esperando la acometida.
No podía verlo por completo, pues la maraña de ramas me cortaba la visión.
Durante unos instantes permaneció quieto. Luego gruñendo y caminando lentamente me rodeo a pocos metros. Yo, pegado al pie del árbol, agachado y agarrando fuertemente la navaja, seguía sin verlo por completo y solo podía oírlo gruñir y ver el alto lomo y la grupa. En ese momento pensé que quería intimidarme, pues me tenia que estar sintiendo a su lado.
Poco a poco, se fue alejando, por la media ladera, para luego remontar. Lo seguí oyendo durante un rato gruñendo con la misma cadencia hasta que decidí continuar con mi camino.
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