Se distingue por su cola corta, erguida de tal modo que queda casi perpendicular a la espina dorsal; en los adultos sobre todo, el hocico se alarga e hincha de una manera extraordinaria; las ventanas de la nariz, terminales y con arrugas abultadas pintadas de vivos colores, proceden de la hinchazón de los maxilares superiores.
Comprende este género dos especies muy análogas entre sí por su forma y costumbres: el mandril propiamente dicho y el drill, que habita en la costa occidental de África.
El mandril (Mandrilla maimon, L.) es el llamado por Linneo Simmia maimon y mandril y Choras por Bufón que le creyó dos especies distintas, el joven y el adulto.
Muchas tribus de Guinea le distinguen con el nombre de Boggo.
Smith, que fue quien primero dio noticias de este mono en 1774, al hablar de los animales de Sierra Leona y de las costumbres y fechorías de esta especie, le confundió probablemente con el chimpancé.
Los adultos se distinguen notablemente de los jóvenes, no solo por su forma, desfigurada en extremo en estos últimos por la coloración y abultamiento de su hocico, sino por la completa diferencia que ofrecen en sus costumbres.
En tanto que los jóvenes no adquieren colmillos no se inicia esta mudanza, que no parece sino el paso de una especie a otra.
El extremado desarrollo que adquiere la cara por el abultamiento del hocico, creando una gran desproporción entre ella y el desarrollo del cráneo; el gran desarrollo de los caninos superiores, el color y desnudez del hocico y callosidades isquiáticas, hacen del adulto un animal repulsivo y temible. Todo lo que los jóvenes tienen de mansos y dóciles, y lo fácilmente que se educan, tienen los adultos de salvajes y repulsivos, y hace preciso tenerlos siempre encerrados en sus jaulas. Entonces sus sucias costumbres hacen de este mono un animal repugnante.
Su pelaje es sin embargo, elegante y las partes desnudas de su cuerpo ostentan vivos colores, especialmente la cara adornada de listas rojas, azules y blancas, de modo que no parecen sino la pintura de un piel roja.
La parte superior de los muslos y las nalgas revisten un color rojo muy vivo con mezcla de azul. Estos colores observa Gervais, no son el resultado de un verdadero pigmento, sino que dependen de una verdadera inyección, pues se debilitan y borran cuando el animal muere o esta enfermo.
La nariz también forma dos arrugas salientes de azul muy vivo, y toda ella adquiere un color rojo brillante en los adultos.
Las hembras, por el contrario, varían poco, nunca llegan a adquirir una talla tan considerable como los machos, los cuales alcanzan frecuentemente, cuando están de pie, muy cerca de 1,50 m, y su piel no adquiere jamás colores tan brillantes; pero en cambio, durante el celo, una vez cada mes, dice Gervais, sus órganos sexuales, efecto de la afluencia de sangre, se hinchan y rodean de monstruosa protuberancia, que poco desaparece para reaparecer el siguiente mes.
Esta especie habita en los bosques de Guinea y en las regiones algo montañosas, y se alimenta de frutos. A menudo abandonan los bosques e invaden las plantaciones de los negros y colonos, formando bandadas capitaneadas por un macho viejo que destrozan todo cuanto encuentran a su paso.
Cuéntase también que estos animales, en extremo crueles y salvajes, maltratan a las mujeres y niños cuando los encuentran en las aldeas, entonces asaltan las chozas, destrozan y roban lo que se hallan en su camino, enturbian el agua de los pozos con sus deyecciones, y raptan a los niños de pecho de los mismos brazos de sus madres para abandonarlos días después en la espesura.
Es un animal en extremo fuerte y ágil que abusa de su poder y hace de el una fiera temible y entre sus muchas faltas adolece también de constancia pues son caprichosos y volubles.
Los jóvenes sobre todo hembras, se domestican con facilidad, y frecuentemente se les utiliza en las pantomimas que a veces se hacen representar con monos, pero ya adultos es preciso tenerlos sólidamente encerrados en una jaula o bien encadenados cuando menos. Son muy vengativos y nunca olvidan el castigo recibido, procurando vengarse al menor descuido, y cuando se irritan su furia es verdaderamente temible.
Lo que hace sobre todo a este animal un bicho repugnante son sus costumbres obscenas y en extremo sucias.
Cuvier dice de el que su mirada, sus gritos y su voz revelan su insolencia brutal; satisface sus pasiones mas repugnantes con el mayor cinismo, y no parece sino que la naturaleza ha querido presentarnos en el la imagen del vicio en su mas horrible fealdad.
Mucho se ha hablado de los brutales deseos y atropellos que estos monos cometen con las negras en Guinea, y es frecuente en las casas de fieras observar la expresión de sus repugnantes deseos a la sola vista de una mujer.
Cuvier acerca de este punto se expresa de la siguiente manera: “ya hemos tenido ocasión de hablar del amor del mono por las mujeres, pero ninguna especie ha dado de ello pruebas mas vivas que esta. El individuo que describimos entraba en accesos de frenesí a la simple presencia de cualquiera de ellas; pero no todas le excitaban en el mismo grado. Se veía claramente que escogía, que su imaginación le sugería, y que no dejaba de dar preferencia a las mas jóvenes. Las distinguía entre la multitud y las llamaba, sirviéndose de la voz y del gesto, y es indudable que a haber estado libre hubiese llegado al punto de cometer violencias. Estos hechos bien demostrados, que observaron miles de testigos ilustrados, hacen muy digno de fe lo que los viajeros refieren sobre los peligros que corren las negras por parte de los grandes monos que habitan su país”.
Se refiere que habiéndose escapado uno de ellos del Jardín Zoológico de Paris, y resistiéndose a volver a entrar a su jaula, después de probar todo género de medios, su guardián recurrió a la siguiente estratagema: en el fondo de la jaula había una puertecilla, detrás de la cual se coloco la hija de otro de los guardas, y entonces se acerco a ella haciendo ademán de abrazarla; bastó esto para que el envidioso mandril se precipitase, ciego, en su jaula, cuya puerta cerraron dejándole cautivo.
Muestran también gran pasión por las bebidas alcohólicas, y cuando se las proporcionan o las roban se embriagan y se muestran aún más repugnantes si cabe que en su estado normal, pues a su natural violento e incontrolable, se muestran lenguaraces y añaden una incontinencia vergonzosa en todos los aspectos, un embotamiento de su coordinación física y una bravuconería que los hace proferir los mas repugnantes gritos y exclamaciones de burla.
Muestran acerca de este aspecto una peculiar previsión, pues almacenan en algún escondrijo cuantas botellas de licor les sobran tras sus borracheras, para beberlas en otro momento.
Respecto a su alimentación, consumen frutos silvestres pero no desdeñan la carroña y devoran el cerebro de sus congéneres una vez muertos.
Asaltan con frecuencia los cementerios y profanan las tumbas llevándose los cadáveres para consumir las partes que consideran más suculentas como las manos, los pies el rostro y las nalgas. Es fácil constatar esta abominable costumbre pues suelen adornarse después del festín con las ropas del difunto y se pasean de esta guisa por los contornos de los pueblos y aldeas.
Es difícil imaginar una escena más espeluznante, que un grupo de estos monos medio vestidos con el traje de un difunto, ebrios, tambaleantes y en vergonzosas posturas, festejar sus hazañas en los alrededores de algún pequeño pueblo de la selva, y esta es una escena que se repite no pocas veces en tierras de Guinea.
De no ser su población controlada por los gobiernos instaurados por las potencias occidentales, estos animales habrían expulsado a las gentes fuera de todas las regiones del África Central.